martes, 1 de mayo de 2018

LOS ELEGIDOS (Capitulo 7)


EL HOSTIGAMIENTO DE CAYO

En el Nuevo Mundo, en la cordillera central de los Andes, también llamada Altiplano, a unos 4000 metros de altitud está el Lago Titicaca situado entre el Perú y Bolivia, y a pocos kilómetros el pueblo de los dos nombres, Tiwanaku (Para Bolivia) o Tiahuanaco (Para Perú).A esta altitud no se veía vida animal ni vegetal, pero donde el Sol mandaba sus rayos solares con más intensidad que en el resto del planeta, los vientos jugaban a acelerarte los latidos del corazón según ibas subiendo. Los tiahuanacanos, (Según la leyenda incaica, viene de ¡Tiay vanaco! “¡Siéntate y descansa, guanaco!” Frase que dijo  un inca a un mensajero chasqui, admirándole por su corpulencia, velocidad y elegancia andina)  no tenían animales de carga, ni sabían de ruedas por lo que al día de hoy todavía es un misterio en como llevaron bloques de roca volcánica de grano fino de 100 toneladas aproximadamente, para la construcción de grandes templos donde el techo era el firmamento al igual que su alumbrado y por paredes, los megalitos de piedra milimétricamente encajados, y en parte, adornados por cabezas enclavadas en piedra caliza. En este remoto sitio estaba el Templo de Kalasasaya (Templo de la Piedras Paradas) de dos hectáreas y con un patio rectangular al que se desciende por una escalinata labrada en una sola roca de seis peldaños e ingresando por la puerta principal se encuentra la “Estela” (Monumento en forma de pedestal) de un sacerdote que invitaba a entrar y conocer como sabían los cambios de estaciones. La Puerta del Sol, donde se representaba al Dios Viracocha, estaba Cayo pensando que podría ser el lugar donde se encontraban las Tablas Sagradas. Al lado estaba la Pirámide de Akapana donde tendría su cuartel mientras estuviera en esas tierras. Junto a él, estaba Tosco preparado para cualquier contratiempo. Cayo habló con el Jefe al mando de los Dragones Negros para que lo informara de lo que habían averiguado hasta el momento. No había piedad para aquel que los ocultase o se negara a dar cuentas sobre ellos.

Un escuadrón de Dragones Negros estaba cerca del poblado de los Palaches con un vuelo rasante y rápido, formando dos hileras, y arrancando cada rama que sobresalía a su paso, cuando fueron vistos por la mujer más vieja, que estaba bañándose en el rio junto a otras mujeres y niños. Temblorosa, sabiendo de lo que eran capaces y pensando en quien podría ser el Jefe de ellos, mandó a las más jóvenes que se fueran al refugio oculto que tenían en el bosque junto con los niños, advirtiéndolas de que no salieran bajo ningún concepto, hasta que pasasen tres lunas. Ella junto con otra de edad similar fueron al poblado esperanzadas de dar el aviso a tiempo, procurando meter el menor ruido posible. Estaban en la entrada del poblado, cuando los Dragones las sorprendieron por detrás decapitándolas con las garras traseras llevando sus cabezas con el vuelo más rasante, entraron en el poblado preguntando por los forasteros y quienes los estaban ayudando. Rodearon el poblado con los guerreros más fuertes y los más ágiles entraban con bocanadas amenazantes y posicionándose enfrente de las tiendas indias. Nadie soltó una palabra mal sonante hacia los misioneros, dando la callada por respuesta con las cabezas medio bajadas. El capitán que estaba al mando ordenó incendiar las chozas con todo lo que estuviera dentro y capturando a uno de los jóvenes guerreros lo decapitaron colgando su cabeza de un palo para ejemplo de lo que les podía seguir pasando si no colaboraban con ellos. Los Palaches se miraban unos a otros y con la cabeza alta sus ojos se volvían a mirar a los Dragones, estos comprendieron que los Palaches seguirían con la tradición de sus antepasados y que para ellos era un honor: < Morir, antes que traicionar a un amigo>. El Jefe del poblado había sido avisado por el brujo, lo que les sucedería, miro al brujo y al resto de sus hombres uno a uno, levantó la cabeza al cielo y empuñando una lanza envenenada la lanzó contra el capitán al mando. Los bravos Palaches siguieron a su Jefe y lanzaron sus lanzas a los Dragones en un ataque que sabían de antemano que estaba perdido. Dieron sus vidas por una vida mejor para sus hijos. Todos fueron aniquilados, sus tiendas quemadas y los bebes que lloraban fueron devorados en busca de una sangre nueva que les diera más fuerza para la próxima batalla. Cayo desde Tiahuanaco se desesperaba dando un manotazo a Tosco. El pueblo fue asolado pero nada sobre el paradero de los muchachos y sus amigos.

Las esperanzas de cogerlos pronto se iba disipando teniendo que convencer sobre una vida mejor si lo ayudaban a los Natchez que vivían en el Valle del Mississippi y  que poseían una solida organización en la que de vez en cuando, hacían sacrificios humanos voluntarios. Cayo se presentó en el poblado por sorpresa, sabiendo de la necesidad de de alimentos que los Natchez tenían. La caza era escasa debido a las grandes nevadas y Cayo les abrió un camino donde estaban los búfalos en manada. Ese día la caza fue gratificante y el poblado al caer la noche y alrededor la hoguera bailaron y cantaron en agradecimiento a los dioses y a su nuevo amigo. Cayo, con la sonrisa en la cara sin perder detalle de lo que allí pasaba, les pidió a cambio que lo ayudaran a encontrar a unos niños que viajaban con unos hombres perversos que querían matarlo recordándoles el lema de sus antepasados en el que decían: <Favor por favor> El jefe de la tribu, después de pensar que tenía razón, ordenó a 12 guerreros bravos y jóvenes que obedecieran y ayudaran a Cayo en todo lo que necesitara. Los Natchez rastreaban el territorios en busca de huellas con los condujeran a ellos pero, las nevadas intensas hacían que las huellas, incluidas las de animales pesados, desaparecieran. Se fijaban en árboles y arbustos que sobresalieran de la nieve por si había algún indicio dando aviso a los Dragones Negros, en caso de tener alguna pista fiable. Los mercenarios de Cayo se dividía en dos siendo los Dragones los que iban hacia el sur y destruyendo poblados y matando a todo el que se les cruzara por el camino sin impórtales si eran niños, mujeres o hombres. Y los Natchez hacia el oeste. Julia gracias a su espejo les había visto y puesto en alerta al grupo. La distancia se iba acortando.

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