EL HOSTIGAMIENTO DE CAYO
En
el Nuevo Mundo, en la cordillera central de los Andes, también llamada
Altiplano, a unos 4000 metros de altitud está el Lago Titicaca situado entre el
Perú y Bolivia, y a pocos kilómetros el pueblo de los dos nombres, Tiwanaku
(Para Bolivia) o Tiahuanaco (Para Perú).A esta altitud no se veía vida animal
ni vegetal, pero donde el Sol mandaba sus rayos solares con más intensidad que
en el resto del planeta, los vientos jugaban a acelerarte los latidos del
corazón según ibas subiendo. Los tiahuanacanos, (Según la leyenda incaica,
viene de ¡Tiay vanaco! “¡Siéntate y descansa, guanaco!” Frase que dijo un inca a un mensajero chasqui, admirándole por
su corpulencia, velocidad y elegancia andina) no tenían animales de carga, ni sabían de
ruedas por lo que al día de hoy todavía es un misterio en como llevaron bloques
de roca volcánica de grano fino de 100 toneladas aproximadamente, para la
construcción de grandes templos donde el techo era el firmamento al igual que su
alumbrado y por paredes, los megalitos de piedra milimétricamente encajados, y
en parte, adornados por cabezas enclavadas en piedra caliza. En este remoto
sitio estaba el Templo de Kalasasaya (Templo de la Piedras Paradas) de dos
hectáreas y con un patio rectangular al que se desciende por una escalinata labrada
en una sola roca de seis peldaños e ingresando por la puerta principal se
encuentra la “Estela” (Monumento en forma de pedestal) de un sacerdote que
invitaba a entrar y conocer como sabían los cambios de estaciones. La Puerta
del Sol, donde se representaba al Dios Viracocha, estaba Cayo pensando que podría
ser el lugar donde se encontraban las Tablas Sagradas. Al lado estaba la
Pirámide de Akapana donde tendría su cuartel mientras estuviera en esas
tierras. Junto a él, estaba Tosco preparado para cualquier contratiempo. Cayo
habló con el Jefe al mando de los Dragones Negros para que lo informara de lo
que habían averiguado hasta el momento. No había piedad para aquel que los
ocultase o se negara a dar cuentas sobre ellos.
Un
escuadrón de Dragones Negros estaba cerca del poblado de los Palaches con un
vuelo rasante y rápido, formando dos hileras, y arrancando cada rama que
sobresalía a su paso, cuando fueron vistos por la mujer más vieja, que estaba
bañándose en el rio junto a otras mujeres y niños. Temblorosa, sabiendo de lo
que eran capaces y pensando en quien podría ser el Jefe de ellos, mandó a las
más jóvenes que se fueran al refugio oculto que tenían en el bosque junto con
los niños, advirtiéndolas de que no salieran bajo ningún concepto, hasta que pasasen
tres lunas. Ella junto con otra de edad similar fueron al poblado esperanzadas
de dar el aviso a tiempo, procurando meter el menor ruido posible. Estaban en
la entrada del poblado, cuando los Dragones las sorprendieron por detrás
decapitándolas con las garras traseras llevando sus cabezas con el vuelo más
rasante, entraron en el poblado preguntando por los forasteros y quienes los
estaban ayudando. Rodearon el poblado con los guerreros más fuertes y los más
ágiles entraban con bocanadas amenazantes y posicionándose enfrente de las
tiendas indias. Nadie soltó una palabra mal sonante hacia los misioneros, dando
la callada por respuesta con las cabezas medio bajadas. El capitán que estaba
al mando ordenó incendiar las chozas con todo lo que estuviera dentro y capturando
a uno de los jóvenes guerreros lo decapitaron colgando su cabeza de un palo
para ejemplo de lo que les podía seguir pasando si no colaboraban con ellos.
Los Palaches se miraban unos a otros y con la cabeza alta sus ojos se volvían a
mirar a los Dragones, estos comprendieron que los Palaches seguirían con la
tradición de sus antepasados y que para ellos era un honor: < Morir, antes
que traicionar a un amigo>. El Jefe del poblado había sido avisado por el
brujo, lo que les sucedería, miro al brujo y al resto de sus hombres uno a uno,
levantó la cabeza al cielo y empuñando una lanza envenenada la lanzó contra el
capitán al mando. Los bravos Palaches siguieron a su Jefe y lanzaron sus lanzas
a los Dragones en un ataque que sabían de antemano que estaba perdido. Dieron
sus vidas por una vida mejor para sus hijos. Todos fueron aniquilados, sus
tiendas quemadas y los bebes que lloraban fueron devorados en busca de una
sangre nueva que les diera más fuerza para la próxima batalla. Cayo desde
Tiahuanaco se desesperaba dando un manotazo a Tosco. El pueblo fue asolado pero
nada sobre el paradero de los muchachos y sus amigos.
Las
esperanzas de cogerlos pronto se iba disipando teniendo que convencer sobre una
vida mejor si lo ayudaban a los Natchez que vivían en el Valle del Mississippi
y que poseían una solida organización en
la que de vez en cuando, hacían sacrificios humanos voluntarios. Cayo se
presentó en el poblado por sorpresa, sabiendo de la necesidad de de alimentos
que los Natchez tenían. La caza era escasa debido a las grandes nevadas y Cayo
les abrió un camino donde estaban los búfalos en manada. Ese día la caza fue
gratificante y el poblado al caer la noche y alrededor la hoguera bailaron y
cantaron en agradecimiento a los dioses y a su nuevo amigo. Cayo, con la
sonrisa en la cara sin perder detalle de lo que allí pasaba, les pidió a cambio
que lo ayudaran a encontrar a unos niños que viajaban con unos hombres
perversos que querían matarlo recordándoles el lema de sus antepasados en el
que decían: <Favor por favor> El
jefe de la tribu, después de pensar que tenía razón, ordenó a 12 guerreros
bravos y jóvenes que obedecieran y ayudaran a Cayo en todo lo que necesitara. Los
Natchez rastreaban el territorios en busca de huellas con los condujeran a
ellos pero, las nevadas intensas hacían que las huellas, incluidas las de animales
pesados, desaparecieran. Se fijaban en árboles y arbustos que sobresalieran de
la nieve por si había algún indicio dando aviso a los Dragones Negros, en caso
de tener alguna pista fiable. Los mercenarios de Cayo se dividía en dos siendo
los Dragones los que iban hacia el sur y destruyendo poblados y matando a todo
el que se les cruzara por el camino sin impórtales si eran niños, mujeres o
hombres. Y los Natchez hacia el oeste. Julia gracias a su espejo les había
visto y puesto en alerta al grupo. La distancia se iba acortando.
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